lunes

CARDERA

La mariposa posada no es una "cardera" sino una "atalanta"
Le deslumbra el refinado diseño de los peces, sus misteriosas migraciones o esos cambios de humor o de hambre que les hacen cebarse a cualquier cosa o de pronto ignorar con empeño a cualquiera de sus muchos señuelos. Pero le fascinan aún más el infinito y diverso mundo de los insectos, sus metamorfosis mágicas, las miríadas de diseños distintos, los millones de años habitando la tierra o la ignorancia que tienen los humanos hacia sus diminutas vidas salvo cuando molestan, pican o son plaga. Sus señuelos imitan a bichos y los peces a veces se comen el trampantojo peludo, emplumado o brillante que él les ofrece sobre el agua.

Ayer se posó en su caña de glass una mariposa y recordó el nuevo descubrimiento de los científicos del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona que han demostrado que una mariposa llamada vanesa de los cardos o “mariposa cardera” es capaz de remontar el vuelo muy arriba hasta hacerse invisible a nuestros ojos, dicen que más de quinientos metros de altura, y volar desde este río o tu jardín hasta la sabana tropical Africana, unos 4.000 kilómetros de viaje. Los investigadores Gerard Talavera y Roger Vila se pasaron el otoño con sus cazamariposas recorriendo Senegal, Benín, Chad, Etiopía y vieron miles de carderas migrando en dirección sur por el Sahel. En Benín, a orillas del Niger, encontraron a más de veinte mil mariposas saliendo de sus crisálidas. Por lo visto, entre otras variables, es la molestia de una avispa parásita, otro insecto, lo que las impulsa a veces a salir volando tan lejos. Los barbos tienen también su corta migración. Remontan los ríos y los arroyos para realizar la freza en zonas pedregosas de aguas limpias y bien oxigenadas. Por suerte estos pequeños ríos siguen estando vivos, han sufrido pocas vampirizaciones agrícolas o escasos enmierdes urbanos. No se puede decir lo mismo del padre Tajo que agoniza embalse tras embalse, vertido tras vertido. El pescador sabe que encima de esta colina agreste y llena de monte que ahora le hace sombra hubo un poblado ibero de regular tamaño antes de la conquista romana. Sus habitantes bajaban al río a por agua, pescaban sus barbos, truchas y anguilas y miraban también embobados a las abundantes mariposas carderas. Luego los soldados del imperio les obligaron a reubicarse y agruparse junto a otros en zonas menos defensivas, tal vez en la cercana Augustobriga, abandonaron el lugar para siempre y se olvidaron de su remota libertad y de estas mariposas viajeras.

El pescador se pasa todo el día junto al río contemplando a los peces y a los bichos. Pescando sin reloj, sin cobertura, sin prisa.  Esta vez solo. Perdido en viajes por el cielo y el agua, adivinando veredas abandonadas que bajaban de arriba, en otras primaveras que él pudo vivir y aún recuerda, en la emoción que un año más sigue viva y brillante cuando toca por un instante a un pez o a las alas de seda de una mariposa. No pide más. Nunca lo hizo.


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